martes, 27 de abril de 2010

Recopilatorio de confesiones prudentes y no políticamente correctas

Muchos de nosotros vivimos. Ya la embarre. Corrijo. Muchos de nosotros actuamos. Si, así queda mejor.

Actuamos por la necesidad que tenemos de esconder lo que somos. Por la vergüenza que supone mostrarnos al resto como realmente somos (Seamos sinceros. ¿Quien quisiera conocernos, o peor aun amarnos si de buenas a primeras nos mostráramos como somos?). Actuamos para encajar con el papel que tenemos que representar para que la obra no fracase. ¿Qué sucede cuando la obra fracasa por actuar? Bueno, no he querido adentrarme mucho en el tema existencial, porque aunque admire a kundera, estoy sintiéndome insoportablemente leve últimamente.

¿Entonces cuando dejamos de actuar? Fácil. Cuando nos morimos. Y cuando nos confesamos. Y no hablo de la confesión con el cura (Cosa que nunca he hecho en mi vida y me parece moral y lógicamente incorrecto. Osea hipócrita y estúpido). No. Hablo de esas confesiones que marcan tu día a día. Que son lo que tu eres, pero solo se muestran ante quien es como tu, o exactamente lo opuesto. ¿Qué es lo que acabo de decir?

Bueno para no alargar, por cortesía a quien este leyendo esto en apuros, aquí van mis confesiones (no todas, pues como dije, si nos mostráramos tal como somos...).

Confieso que estudie para ser chef, trabajé de mensajero express (fue porque me duro 1 semana el oficio), de dibujante barato, de profe de ingles express (la misma razón), de mesero, de cocinero, de vendedor de ropa (oficio que a la larga saca lo peor de cualquier persona) y de malabarista de semáforo (con lo que ganas mas que con cualquier otro trabajo).

Confieso que me gusta la política aunque deteste a los políticos, y que escribo poesía aunque no me gusta leerla después.

Confieso que sonrio más de lo que quisiera, y amo más de lo que puedo. Y puedo más de lo que hago (sí, soy vago por naturaleza).

Confieso que ni los años de escuela, ni los de colegio, ni siquiera los de universidad fueron tiempos mozos. Lo que realmente quiero es vivir la vejez, época en la cual esté más cerca de la muerte, más lejos de las mujeres, menos preocupado por lo que me pongo, más gruñón de lo que se me permite y podré recuperar todas las horas de sueño que me ha robado la juventud. No tendré que sonreír a quien no quiera, viviré feliz entre tirantes y cachuchas, entre pastillas y nietos, entre la vida y la muerte.

Confieso que no puedo comer un huevo duro sin vomitar, y tampoco puedo amar a medias (todo o nada). Que duermo sin medias y que soy músico frustrado.

Confieso que no creo en ninguna religión ni en ningún dios. Pero por amor podría hasta hacerme fiel de la iglesia del diego (si no lo entendió, es que usted lee mucho y no ve mucha tele).

Confieso que no me lavo las manos a menudo, que nunca he visto a un muerto (ni al abuelo), y que las pelirrojas con churos me dan desconfianza (Gracias Ronald Mc. Donald!).

Confieso que amo la soledad, y que la gente me aburre (y me enoja). Por otro lado las personas me agradan.

Confieso que la estupidez excesiva me divierte, la normal me cabrea, y la común me hace reflexionar.

Confieso que soy adicto a la leche, que no soporto a las mascotas (ni perros, ni gatos, ni tamagochis), y que no se manejar.

Confieso también, que me deprimo una vez al año, pensando en que ya debería ser millonario por escribir huevadas como esta, y que si hay infierno, seguramente ya me tienen una buena suite.

Confieso que paseo no es paseo si es que no es a la playa, que me como al menos 1 hamburguesa al día y que nunca se me ha borrado el cassette (solo cuando conviene).

Confieso que las iglesias me dan frío, no me gustan los números decimales (algún recuerdo reprimido de la primaria), mi animo depende de mi peinado y que odio a deep mike (sentimiento totalmente justificado).

Confieso que los domingos me da ganas de comida china, que nunca quisiera vivir en un lugar tranquilo, que sigo viendo dragonball (¿Qué esperan de un niño que vio como un hombre con peinado extraño peleaba contra un tipo verde de antenas subido en una nube voladora con un bastón que crecía infinitamente?), y que se me esta cayendo el cabello.

Confieso que me compre una gafas Armani, y que me toco comer hamburguesa de a $1,00 por un mes.

Confieso que no acabo mi novela porque no me ha llegado la inspiración (y porque vivo metido en el facebook).

Confieso que deseo ser alguien grande, y no necesariamente “bueno”.

Y podría seguir confesando más y más cosas, pero ¿Cual es el punto de quedar desnudo de palabras, seco de secretos y escaso de historias?

Le recomiendo que se confiese. No con el amargado de sotana, sino con su amigo, con su esposa o el vecino.

¿De que nos sirve confesarnos? A lo mejor así descubrimos que esa espectacular chica también comparte tu afición por los videojuegos o que tu jefe también escucha vallenatos y reggaeton.

Nos podemos encontrar también con cosas no tan agradables, como que la espectacular chica no nació siendo chica y cosas por el estilo, pero al menos lo sabríamos...

De esta forma empezaremos a aceptarnos por quienes somos, y no por quienes deseamos que el resto vea en nosotros.

Pd: La última confesión, sí es en serio.