martes, 24 de agosto de 2010

Vivir es Morir

Cada año que vivimos es uno que morimos. ¿Por qué tenerle miedo a la muerte? Lo he venido pensando desde hace mucho tiempo. Algo así como 2 días (Una vida entera para una mosca). He llegado a la conclusión de que, si vivir es morir, y si la gente se preocupa tanto por no dejar “asuntos pendientes” cuando se vaya, sin saber que desde que nacemos ya nos estamos muriendo; Entonces la conclusión es sencilla: La preocupación solo es la gana de joder. Sí. Vivimos en una queja constante de tal o cual falencia. De tal o cual atributo ajeno a nosotros. Y ni el esqueleto anoréxico envuelto en poncho negro con expresión de Hitler al encontrar un cuarto de judíos con un lanzallamas en la mano, se salva. Para los que no entendieron: La Muerte.

Creo sinceramente que debemos disfrutar de la muerte, pues es lo único que experimentamos realmente el 100% de nuestro tiempo. Morimos mientras desayunamos, mientras vamos al trabajo, mientras leemos. Morimos durante un beso, al dormir y después de ir al baño. Al conducir, durante un partido o antes de vomitar.

¿Qué es morir? Me refiero al morir popular. El estirar la pata, pasar a mejor vida (según quienes siguen creyendo en cucos). Es fácil. Por lo general nadie te pregunta si quieres nacer, y resulta un castigo el tener que compartir tu vida (o tu muerte) con este insoportable espécimen que suelen decirle “homo sapiens”, así que finalmente te cansas. Así es, uno se muere porque se cansa de morir.

Que no me vengan con que la vida es un regalo. Díganselo a los miles de niños que mueren de hambre en África (Seguramente el insoportable waka waka sirvió para darle a la colombiana más billetes, pero no alcanzó para traer suficientes recursos al continente negro. O felicidad al mismo). Que se lo digan a las familias de indigentes que duermen en las calles de Buenos Aires con temperaturas bajo 0, solo con una cobija. Que se lo digan a los refugiados de Bosnia.

¿Con que cara decírselo a las personas del albergue San Juan, o a los enfermos terminales de Solca?

Y en caso de ser cierto, que la vida sea un regalo, deberíamos ser recíprocos y decir que la muerte es también un regalo. Un escape al dolor, un descanso para el corazón, una alegría para los enemigos, una fiesta para las ex, una vacante para el ancianato.

Supongo que solo resta decir que si al nacer, todo es alegría en la familia, son regalos interminables y risas sin parar, la muerte deberá ser celebrada de igual manera.

Así que para los que me conocen (circunstancia nada beneficiosa) y para los que no (gente aún dichosa) les dejo las siguientes instrucciones. No quiero ser enterrado bajo un árbol de manzana ni mis cenizas ser lanzadas al océano (luego no vaya a ser que se mueran los pobres Quiteños turistas en tonsupa y me acusen de acabar con la fauna no autóctona del lugar). Si gustan, pueden lanzarme a la quebrada de Zambiza, junto con una botella de Johnny. Luego espero que hagan una farra que dure 3 días y 3 noches con trago del bueno, hornado incluído, y con eso estará cubierto la parte de la alegría.


Por último para que las risas no falten, como último deseo una ronda de cachos colorados en la iglesia más cercana. Si es posible en un domingo de mañana.


miércoles, 11 de agosto de 2010

La verdadera historia de nuestro juramento

La noticia le llegó por la noche. Se encontraba descansando de un día de vagancia, cuando el teléfono sonó. No se apresuró a contestarlo, y más bien maldijo a quien estuviera llamando a esas horas, cuando solo los muertos deben estar despiertos.

Levantó el auricular y lo acercó a su rostro. Un escalofrío le recorrió la espalda. Y lo que más le dolió fue el silencio de la noche. Pero supo que eso era algo a lo que debía acostumbrarse.

No fue tristeza lo que sintió. No fue rabia. No fue desesperación. No sintió angustia tampoco. Ahora le tocaba cumplir su parte de la promesa.

Desde esa noche, dejó de contestar el teléfono. Nunca más se le vio vestir otro color que no fuera negro, incluso en los días más soleados. Cuentan que envejeció más rápido que el paso del tiempo, y que no volvió a pronunciar palabra alguna. El sombrero que llevaba le cubría las arrugas, y la tristeza. Y el bigote le dibujaba una mueca que quería gritar.

En sus últimos días se le vio recorrer la ciudad con una libreta y una botella de whisky. Finalmente terminó por visitar el cementerio. No se le había visto por ese lugar desde la mañana siguiente de la llamada. Pensó que 53 años era un tiempo prudente para volver. Más que pensar que era prudente, sabía que era tiempo de volver.


Dejó la libreta y media botella sobre la lápida

A la mañana siguiente un joven que fue a visitar a su hermana y su padre encontró el cuerpo en un hueco cavado a mano, frente a la lápida. Estaba con los ojos cerrados el cuerpo inerte que yacía en aquel lugar. Tenía la expresión de quién abraza un amor esperado.

Llamó al sepulturero quien cavó una tumba decente al lado de la otra y la lanzó al foso según las instrucciones de la libreta. Luego vació la botella de whisky sobre la primera tumba. Leyó la libreta, que tenía grabado el nombre “Benito de Jesús” en la portada y en la página final se encontró con la siguiente parte de la canción.

“Si tu mueres primero, yo te prometo, te escribiré la historia de nuestro amor”

El joven tomó la libreta, sonrió y siguió su camino. Nunca imaginó, ya de adulto, morir de risa y no de amor.

El sepulturero, que creía en supersticiones, dejó que el muchacho se llevara la libreta y con ella a los malos espíritus. A fin de cuentas, pensó, de que le van a servir tantos versos a un zapatero como el joven Julio.