sábado, 27 de noviembre de 2010

Breve Descripción de las Fiestas de Colonización (o del Circo de Diciembre)


Se acercan, finalmente, las fiestas de Quito. Algunos sabemos lo que se celebra, muchos desconocen el porqué celebramos, y a otros simplemente mientras haya licor, no les importa lo que se celebre mientras se celebre. Me incluyo en los primeros y los últimos.

Me gustan las fiestas de Quito. 6 días en los que finalmente el resto Quiteños comparten el mismo estado etílico que el mío. Otros por otro lado se regocijan en el gusto por la paliza a lo Mike Tyson que nos dio España a mediados del siglo XV. La pelea librada entre Atahualpa y Pizarro no fue una batalla sino una masacre. La resistencia ofrecida por Quizquiz y Rumiñahui tampoco fue grande, por lo que no puede hablarse una batalla por la colonización, cuando se habla del Real Madrid vs. Deportivo “Sí se puede” Pachamama.

Es interesante, aunque a estas alturas repetitivo, analizar el léxico utilizado en tales fechas, pues la “s” se vuelve “z”, la mujer es la “maja” y la paella el nuevo Chaulafán. Común es también encontrarse con el abuelito de Loja que de pronto le asoman parientes Madrileños, así como fotos celebrando el gol de Iniesta o junto a los toreros. Así sea el tortuga (Mal torero pero gran Señor). También en estas fechas, el fenómeno de convertir un envase vidrio por uno de cuero por arte de magia se vuelve cotidiano; se cambia la media de zhumir, por la bota con vino (auspiciada por el tatarabuelo fallecido y “Campiña”). Con similar rapidez se desempolvan las botas a las que siempre les faltará el caballo, los sombreros a los que les faltará cabeza y todos estarán más pendientes de “TV OLÉ” que de “La Usurpadora”.

Un desfile de modas en plena Amazonas y Juan de Azcaray, llena de criollos (descendientes de españoles nacidos en banana republic), de cerdos con ajíes en las orejas, de caballos de 2 pisos (el piso superior a veces hace paro) y demás fauna autóctona del lugar. Desfile en el cual todos quieren participar, sin más paga que una fotografía para aparecer en la sección social, un reconocimiento de parte de los conocidos y un “ve que rica esa man”. Hombres que dejaron el calentador dominguero de la empresa, por unos jeans “Levi’s”, camisa con la correspondiente barriga sostenida por un cinturón que hará juego con el calzado y el sombrero. El mismo de todos los años. Mujeres que recordaron que maquillarse es algo indispensable (por lo menos para las más feas), al igual que si pudieran llegar en caballo, lo harían. Pero al no poder lo hacen sobre un animal mucho más domesticable el cual toma en este caso el nombre de “marido”. Por mi parte prefiero caminar por los callejones aledaños con mi buen amigo Johnnie.

Adivino lo que se preguntan, les diré que sí he asistido en 2 ocasiones a la plaza de toros (coso de Iñaquito para los que ya tengan preparada la sangría). Y el lunes lo haré otra vez por tradición. Como este escrito no pretende reflejar las tan aburridas peleas entre taurinos y antitaurinos, solo apelaré al sentido común de las personas de escoger asistir o no a cualquier tipo de eventos. No se preocupe si usted es amante de los animales, vegetariano a morir o activista del PAE, siempre habrá una protesta afuera de la plaza de toros a la cual podrá asistir, y gritarles pelucones a sus vecinos taurinos, o a todo quien escuche gypsy kings. Hay de todo para todos. Con lo único que no concuerdo es con el “Jesús del Gran Poder”, aunque supongo que la Iglesia debe buscar auspicio de lo que haya. No me parecería nada raro ver ahora, sobre todo con las últimas palabras de Benedicto XVI, La Feria del Preservativo Casual “Jesús no va a Poder”. ¡Pero no se enojen! Sino los van a colocar en una banda de pueblo y les pedirán de la forma más educada que den inicio a la interpretación de una pieza musical por bravos. Osea "¡Toquen Trompudos!".

En estos días podemos apreciar la tradicional competencia de los coches de madera. Pequeños schumacher que de deleitan al público más con sus épicas sacadas de madre que con su habilidad al volante. También tenemos el tan conocido deporte olímpico quiteño. No hablo el de botar presidentes, sino del juego de cartas llamado "40". Gran forma de hacer amigos, perder 5 dólares y mandarse las frases más extrañas en un juego de cartas como "2 por shunsho", "2 por guapo" o "entrando mamando". Debería explicar la última de ellas, pero por vagancia y ganas de que su imaginación vuele, la dejaré a la interpretación de cada uno.

La elección de la reina de Quito es un acontecimiento de relevancia desde tiempos de Don Evaristo. Discrepo en varios puntos de esta ceremonia. Primero, no se elige a la más bonita, estéticamente hablando, por lo que no es un concurso de belleza en su totalidad. Segundo, tampoco gana la concursante con más experiencia en campos generales, así como en áreas específicas como el de la ayuda social o la habilidad de negociación de fondos para la fundación reina de quito. Tercero, se habla de la soberana de la ciudad a una chica elegida por un jurado supuestamente calificado pero dudosamente designado. No entiendo el punto de disfrazar la verdad de lo que todos ya conocemos: Si papi paga...

Nos enfrentamos a un problema. Y no hará que desaparezca el hecho de ignorarlo. La identidad del Quiteño es variable dependiendo de la ocasión, del lugar o la época. Las ocasiones determinarán el estar orgullosísimo del Chucho Benítez, o negar la existencia del tío negrito (afro-ecuatoriano para que no me demanden o me quieran sacar la madre). El lugar será muy importante pues tal lugar nos cambiará al recién ido compadre Juan Taipe, por el Sr. John Scotch. Y la época, claramente no necesita más explicación, decembrina nos traerá mestizos españoles, criollos bien criollos, y un viejo barbón vestido de rojo. Todos inventos, todos mentiras.

Me resulta un poco triste que únicamente en estos días dejamos de ser la ciudad de los putos baches para convertirnos en la gloriosa ciudad de San Francisco de Quito. No creo que el hígado de cualquier ciudadano de la carita de dios aguante la chupetiza de esos días durante todo el año, aunque no quisiera adelantar criterios por las irrefutables pruebas de las que he sido testigo, pero por lo menos la alegría y el orgullo de ser quiteño, sea lo que sea eso, debería extenderse a lo largo del año. En otras palabras, el “Que viva Quito” debería escucharse y sentirse todo el año, así como todo el año se chupa “hasta la huevas carajo”.

martes, 23 de noviembre de 2010

De lo que sucede en Quito mientras desaparece...


Vamos por partes. Yo amo a Quito. O por lo menos algunas de las partes de Quito que conozco. Irónicamente parte del encanto de la capital del Ecuador es la adrenalina que le inyecta diariamente a los pechos en férvido grito de quienes aún podemos encontrar belleza y 1000 motivos para quedarnos en la ciudad, a la que muchos quieren abandonar.

Me gusta despertarme con ese sol frío, con una leve brisa que trae aromas del pichincha, (a quienes vivan de la occidental para arriba). Me gusta despertar con el cantar de los pájaros que aún viven en la capital (No del pájaro Febres cordero, la verdad no sé si cantará), con las gotas que aún cuelgan de las hojas de los árboles. Luego de eso la historia cambia, pues el cálido sol se convierte en un lámpara gigante y las personas en churros. El canto de las aves en pitos de carros, principalmente buses y taxis que juran que el silencio de la carita de dios es aburrido y decoran el ambiente con su presencia en forma de onda sonora, nube de smog y un letrero en la parte trasera: “Si me rebasas dile a tu ñaña que ya llego”.

Me gusta acostarme con las estrellas pintando el cielo, con el sonido de alguna chiva lejana (no de las del 24 de mayo), y con la imagen de la ciudad como un nacimiento navideño sin santos ni vírgenes (bueno, diré que la del panecillo y la del San Gabriel sí, para que no me pegue la primera porque es más grande que yo, y para que no me linchen los segundos). A lo mucho con pastores y muchas, pero muchas ovejas. También decoran mis noches las botellas que se rompen en las veredas, las camaretas que me resuenan en la ventana, los disparos de quienes quieren matar a dios y juran que está en el cielo, y los mensajes al celular a media noche justo cuando lograste cerrar los ojos de “Movistar le informa que su saldo es insuficiente para completar esta llamada”.

Me gusta caminar por las aceras del parque la carolina, ver a la gente corriendo, persiguiendo una meta. Veo a otros también corriendo persiguiendo un choro, aunque es menos inspirador.

Me gusta cuando el cielo no gambetea con el clima. Es decir cuando salgo seco de mi casa y llego seco a la misma (el licor no tiene nada que ver en este proceso). Cuando los del INAMI no se equivocan (que es lo mismo que esperar que al Aucas vuelva a la primera “A” o que el presidente no insulte en cadena sabatina).

Me gusta caminar por el centro. Es una experiencia siempre nueva. Descubrir rincones olvidados por el tiempo. Descubrir indigentes olvidados también por el tiempo y las personas, como si fueran activos fijos de las estrechas calles. Divisar los vendedores de ponche, en sus inconfundibles carritos con llave de agua y delantales blancos (delantales que también verá después, pero en la sala de espera del Vozandes por degustar semejante manjar).

Me gustan las calles adoquinadas, las paredes de piedra, los almacenes de antigüedades y las huecas que existen en el centro. Reconozco que al inicio no me daba la menor emoción ir a los dominios de Carondelet, donde a mediodía todo parece un caos ordenado, pero mi novia poco a poco me fue inculcando el gusto por así decirlo. Espero yo inculcarle algún día el gusto por el sushi, las aceitunas y el fútbol.

Me gusta ir al mercado. Corrijo. Me encanta ir al mercado. Trae recuerdos de la infancia, de correr en los pasillos sin sentido del mercado Santa Clara, entre piñas y naranjas, entre señoras gordas y vendedores de pescado. El propósito era solo perderse entre tanta fruta y cerdos colgados, lo cual a primera impresión puede sonar repugnante, pero con el tiempo se puede volver divertido, y hasta formar una carrera en torno a las compras del domingo. Me sigo preguntando si Doña María seguirá enseñando a desgranar choclos con la misma ternura con la que me enseño a mí. Esa mujer era una SEÑORA, muy diferente a muchas señoras que creen que por ser mujeres merecen tal título.

Me gustan los hot-dogs de la Gonzales Suarez y los ceviches de la Rumiñahui. Los primeros caen excelentemente bien después de una farra, los segundos acompañan a la perfección la mezcla de licor y hot-dogs de la Gonzales al día siguiente. Las tripas del aeropuerto son muy apropiadas para esas frías tardes que me sorprenden antes de la quincena. Y ni hablar de las papas con cuero de la Floresta, los motes de San Juan y los hornados del mercado Iñaquito. Pero eso sí, si va a alguno de estos lugares con una acompañante, asegúrese de que no sea en la primera, segunda o tercera cita, y que el historial gastronómico de ella no incluya “El Rincón de Francia” (magnífico restaurante, el cual firmemente recomiendo), no cargue un bolso Prada ni se esconda tras un perfume de channel. Y peor aún si hace muecas cuando le sugiera darle una probada a porky acostado en tortillas de papa.

Pero sobre todas las cosas que me gustan de mi ciudad, lo mejor son las personas. Los anónimos por conocer y también aquellos que dejaron huellas en mí. Los amigos que me prestaron dinero para libar y un hombro para llorar. Los maestros que más que conocimientos dejaron ejemplos a seguir, y los inspectores que más que implementar disciplina, reforzaron las convicciones de no ser uno más. Los amores pasados que me recibieron con una sonrisa y me dejaron mejor de lo que me recogieron. El amor presente que me mantiene cuerdo y demasiado enamorado, aunque eso no impide que siga desvariando y escribiendo huevadas. Los conocidos que borraron sus rostros y dejaron historias. Los hijos que aun no vienen (y espero que no lleguen hasta dentro de un largo tiempo) que espero que quieran y aprecien la ciudad de sus abuelos.

Una persona me dijo que como el cielo de Quito no hay otro. Supongo que tiene razón, pues esta noche de luna llena, alumbra la ciudad como un viejo farol. Ilumina los fantasmas de Don Evaristo y la Torera. Ilumina a los borrachos que perdieron la decencia, pero no sus coplas ni sus copas. Ilumina a los muchos Cantuñas que vendieron el alma al Diablo. Ilumina a un cura que se aventaja de cristo para joder la vida (la mayoría lo hacen) y también a un pseudo-escritor con insomnio. Cada estrella es uno de ellos, pero cuando me vaya no seré estrella. No. Prefiero convertirme en una banca de la plaza de la independencia, para escuchar las historias de los viejos, y poder en una próxima vida, contar las historias de este Quito que se olvida. De este Quito que se apaga. De este Quito que se muere…

martes, 16 de noviembre de 2010

Crónica de una vacación anunciada

Cansado de tanto quiteño y lluvia de improvisto. De tanto vendedor de “2 caramelos por 25 ctvs y 5 por 50ctvs”. Cansado del facebook y de las comodidades de la ciudad, decidí tomarme unas vacaciones muy bien merecidas. El panorama se veía prometedor. 3 noches 4 días en la magnífica y sobrevaluada área de Casa Blanca, en Same – Esmeraldas. Amigos (digo amigos porque nunca vi una “conocida” o quien quisiera serlo), familia (es decir mi hermano y la soledad. Y la soledad no es una persona), sol (el cual oportunamente apareció el día que no me puse bloqueador solar y me encontraba a 10 km de la sombra más cercana) y alcohol, el amigo que nunca falla.

Salimos de Quito con esperanzas de sol, playa y arena un domingo a la media noche. El sueño de todo serrano estresado. Comenzó desalentador el viaje cuando constatamos que en el bus con destino al paraíso, solo iba la población autóctona de tal lugar. No me malinterpreten, pero la recreación de la vista es necesaria en cualquier viaje de placer. En nuestro caso, tal recreación solo se vio semi-cumplida con las que vimos en la barra de un bar en la playa. Deliciosas y listas para entregarse a nosotros. Las llevamos al departamento para tener más comodidad. Finalmente, y sin más preámbulos las tocamos pero se sentían muy frías, aunque irónicamente deseábamos que estuvieran así. La satisfacción que nos produjeron, fue tal, que teníamos que repetir la dosis. Y es que en la repetición está el gusto, y sino que lo diga Velasco Ibarra. Pero después de tantas de ellas uno se cansa, así que decidimos parar un poco y cambiar esas cervezas por un “fuerte”; Llámese “fernet”, “ron”, y “whisky”.

Ir a la playa en temporada baja es una mentira. Primero porque no existe tal “temporada baja” debido a que si no era por los 2 o 3 rezagados del feriado y los 7 fantasmas que me visitaron, lo más cercano a vida inteligente que hubiésemos encontrado hubiera sido un perro con sarna o un hincha del emelec (decidí darle un respiro a los del barcelona).

Nos encontramos con gente dentro del condominio donde nos alojamos. 3 amigos bebiendo (incluyéndome) y 4 familias sobrias, independientes, funcionales y felizmente separadas por metros de distancia y paredes de concreto no se mezclan bien. Como agua y aceite. Como la educación y la UNE. Como luchar por la paz. Así que el mejor amigo de 3 hombres solos, se hizo presente de forma de alcohol y nos acompaño en sus diferentes estados. Algarabía, desinhibición, estupidez, sueño y chuchaqui. No necesariamente en ese orden.

Las chicas bellas, jóvenes, bronceadas y antipáticas, fueron reemplazadas por señoras de carnes mal equilibradas, cabello muy corto, andar todo-menos-sensual y muy amigables valga decirlo. Prefiero las segundas. Sobrio. Las noches de música, baile, pecado, licor y amaneceres se convirtieron en… Bueno, en noches de licor.

Como a nivel del mar me vuelvo más deportista y pendejo que a 2800 msnm, decidí una mañana nublada de martes, ir a trotar un poco. Como para buscar civilización y matar el chuchaqui. Confieso que no encontré un alma pero sí me encontré a mi mismo. Me encontré a mi mismo sin bloqueador solar, con un astro mayor sorpresivo y asesino, a 10km de la sombra más cercana, a 1dólar (el cuál no lo tenía) de la botella de agua más fría, y a 15 minutos de tener una quemadura de 1er grado en ambas plantas de los pies. Sucedieron todas las anteriores.

Y es que todo buen serrano debe regresar con su dosis de quemadura solar, de picados tropicales y de gafas de “a dólar”. Como Ecuador es un solo cliché, las 2 anteriores se cumplieron. No la última porque insisto, no había un alma en la playa ni en mi cuerpo. Lo que sí había era un color, rojo ferrari en la parte superior de mi anatomía. Y mordidas en todo mi cuerpo, pero no de mi novia. No, que te muerdan los mosquitos no cuenta como traición.

La quemadura de color rojo intenso, como se ponen los policías cuando Correa da la cadena semanal, fue cubierta por aloe vera para reducir el ardor. Ahora no solo era un camarón con bermudas, sino que parecía un Hulk desteñido y flaco. Los colores verde y rojo, no se mezclan para nada bien sin importar lo que nadie diga. Navidad es una excepción. Al igual que el sweater de Freddy Krueger y las plantas de ají.

El día siguiente prosiguió con un excelente desayuno, precedido de unos excelentes cócteles y un, mejor aun, estado “happy”. No lo digo porque nos hayamos hecho amigos de los fans de Bob Marley en Esmeraldas, sino que para uno entrar en un estado de chuchaqui, debe pasar de beber mucho a no beber. La segunda no ocurrió. Y en ese estado nos sorprendió la noche con el partido de la Liga. El triunfo fue muy grato. Creo que el grito de gol de nuestra habitación se escuchó hasta Mompiche. Lo que le siguió al partido fue un no muy claro argumento sobre la contratación de “Goku” a las filas del Manchester United según el anfitrión. No divulgaré su identidad, porque yo nunca me burlaría de mi amigo Juan Andrés Almeida.

La mañana siguiente fue más bien de descanso. ¿A quien miento? La limpieza del departamento, así como la lavada de platos, y el hecho de empacar fue agotador.

Nos despedimos de Casa Blanca como uno se despide de su novia luego de una pelea sin resolver: Enojados pero sin ganas de irse. Aun tengo estragos de la nostalgia que supone el abandonar lo cual supones que es tu hogar lejos de tu hogar. Si fuera por mí, me quedo a vivir entre cubas libres y ancianas. Los primeros para aflojar la lengua y las segundas para conversar. Y específicamente en ese orden.

Para nuestra sorpresa solo se rompieron 3 vasos. Creo que el resto de cristales rotos que escuchamos a lo largo de nuestra estadía, fueron de aquellos que nos lanzaban floreros para que hagamos silencio. Seguro nos extrañarán…