miércoles, 3 de julio de 2013

It's a Holiday in Cambodia

No soy alguien que hace crónicas, pues prefiero la comodidad de escribir sobre lo que me rodea, en lugar de rodear lo que me sorprende. En fin, esta historia tiene su comienzo en un pequeño bar en la playa Ochetel de Sihanoukville en Cambodia.

Tengo un par de amigos en ese bar debido a que mi amiga Milena (con quien viajo al momento) ha estado en Cambodia un par de veces antes. Skybar, es el nombre del pequeño bar. La música suena mediante un playlist que está en la computadora del dueño, pero tras un par de cervezas puedes pedir canciones que tendrás que buscar tú mismo porque a pesar de tener un muy buen inglés, Yaya y Sharai, las 2 bartenders del lugar, no podrían distinguir entre “Highway to hell” de ACDC y “Torres Gemelas” de Delfín.

El bar tiene su barra con los licores que permanecen intactos en sus estanterías. Imagino que esa botella de Blue Saphire debe tener al menos 2 años sin que nadie haya ordenado un martini. Colores neutros alrededor del bar. Un par de cuadros pintados por niños del pueblo, una cocina que podría sencillamente ser clausurada en cualquier otro país, y un baño al que se accede a través de la misma son los escenarios en los que la noche se desenvuelve.

Son las 6 de la tarde del domingo, y se podría decir que es temprano para empezar a beber (o totalmente reprochable), pero con Milena venimos matando el chuchaqui desde la mañana a punta de Jim Beam y Coca cola. Llego al bar y me encuentro con ella y su interlocutor.

De entrada la escena se me hace familiar. Es impresionante la cantidad de sesenteros en adelante que vienen a Cambodia en busca de cerveza, cocaína y chicas jóvenes. Las tres bastante baratas cabe destacar. Pero el tipo se maneja con modales, con palabras apropiadas, con bromas inteligentes. Tiene que ser un escritor. Y un escritor no conocido, puesto que aún posee la humildad que la fama suele devorar.

Me presento y se presenta. “I’m from Ecuador”, “Where are you from?” le digo. “Originally from my mom, but lately from fuckin’ everywhere” responde. Yo río. Él rie. Milena rie. Todos reimos en el bar al compás de los jarros de cerveza. Se escucha “Salud” “Cheers” “Prost” y finalmente Yaya cierra el brindis con un bastante cambodiano “lok a mooi”.

Milena tiene hambre y su novio viene a buscarla para ir a comer. Ya tengo mucha biela encima como para pensar en comida. Les digo que estoy bien, y ambos se retiran en la moto de él. Llevan 3 días de conocerse y 1 de novios. Así de fácil es el amor en sihanoukville. Así de efímero. Así de eterno. Me quedo tomando cerveza con este personaje que cada vez se vuelve más interesante. Por el acento se le nota que viene de estados unidos. “I was working in California during the 60’s and the 70’s. I saw the rise and fall of many bands in these years son”. Ya van 6 cervezas en la cuenta de cada uno. Empiezo a armar un porro con un papel saborizado. “Rolling for me is not an option. I just got tired of rolling joints. I think it was 1990 when I decided I’m not rolling shit anymore, that’s why I always carry a pipe”. Sonrío. El tipo la tiene clara. Alternamos pitadas y proseguimos.

Vendió un negocio que tenía en Oregon y con su pensión viaja por el mundo. Sudamérica, Centroamérica, Norteamérica, Europa, Australia, y al momento el sud-este de Asia. Va en camino a Sri-Lanka. ¿En busca de qué? No me lo pregunten. Vive a razón de 900 dólares por mes. Osea 30 diarios. “10 for lodging, 10 for food, and 10 for fun” dice mientras ríe. Suena “Love me two times” en el bar y me cuenta de como puteó a The Doors en un concierto en el 70, justo un año antes de la muerte de Jim. “A name doesn’t make a show” me dice. Acabo de conocer a la primera persona que mando a Morrison a la verga. Me habló de como vió a Led Zepellin por 5 dólares. De un matrimonio que duró 4 meses. De los hijos que decidió nunca tener. Del surf en California y de como no soporta estar en Oregon más de 1 semana seguida. Deduzco que nació allí.

Al lado derecho de nuestra mesa está una pareja, que luego nos enteramos vienen de nueva Zelanda. Les calculamos unos 45 años a ella y 50 a él. El tipo no suelta su ipad y pasa la mayor parte de la noche en su celular. Ella enciende un cigarrillo tras otro diciendo cortas frases cada 10 minutos. Le comento el asunto a mi interlocutor. “She might be in company of a man, but dude, that girl is fuckin’ lonely right now”. Asiento con una sonrisa. La señora aun guarda encantos de su juventud. Como diría un amigo “está potable”. Ellos pagan la cuenta y se marchan. Ella sonríe cuando mi interlocutor le conversa un par de palabras. Su acompañante no. Se retiran y antes de preguntarle algo a mi amigo, él me dice “Life is what you make of it”. Me da la respuesta antes de hacerle la pregunta. Esta vez esa frase no me suena trillada.

El tipo cree en dios. No el católico, pero un dios más personal. Me recuerda a una canción de Depeche Mode. Me dice que apenas hace 1 mes descubrió a Bukowsky y que se identifica mucho con su estilo de vida, mas no con su forma de literatura. Me recita un par de poemas. Uno acerca de las drogas. Uno acerca del amor de una mujer. Uno acerca del dogma y el karma al cual tituló “My dogma bit the tires of my karma” y otro que por la borrachera que cargaba no recuerdo.

De pronto suena “Cocaine” en los parlantes del bar. “If there is one song I can’t stand is this one” me dice. Pregunto enseguida el por qué. “There were so many good coke songs, much better tan this one, but you know how media works”.  Decide, después de la octava cerveza, ir al baño. Se levanta y siente el golpe del alcohol. Finalmente puedo ver la pinta completa que carga. Sandalias de cuero, viejos y rotos shorts de jean, camisa hawaiana abierta, prominente barriga, barba legendaria que según me contó, la empezó a cultivar en el 64, año en el que graduó de la secundaria. Lo veo agacharse y agarrar un viejo bastón de madera. El tipo es una leyenda. Al regresar seguimos conversando de como han cambiado las cosas. La frase “Back in my day” antecede a todo tema. El cliché es la norma.

Le pregunto acerca de que es lo más sorprendente que ha vivido. Me dice “Well, through 70 years there are plenty of weird stories, but I’ll tell you the weirdest thing I saw here in Cambodia”. Me cuenta como vio en Cambodia a un policía completamente uniformado y en servicio entrar a un bar, agarrar un “bong”, pegarse 2 hits y luego regresar a dirigir el tráfico. Me habló de como conoció y tiró con una enfermera en un concierto de Jimi Hendrix en un hotel en las vegas. “The best fuck drug is not really cocaine” dice. “Nowdays it’s illegal and unpopular, but back in my day we could have a couple of morphine shots, and fuck for hours”. Si hasta ahora había una pequeña parte de mi persona que no había sido impresionada, pues ya no lo estaba más.

Vemos al reloj. Son apenas las 11. “Well son, it’s time for me to go to bed”. Mi noche apenas empieza pero su día ya termina. “Gotta wake up for my morning swim, and I’m pretty sure I’ll be hangover if I have 1 more beer”. Yo ya estoy a mitad del camino y no me da miedo recorrer la otra mitad. Así han sido los anteriores 30 días, así que no tiene sentido parar ahora. Se despide, y me comporto como groupie pidiéndole una foto. “You have no idea how many people do that. But it’s all right”. Me siento como un irritante fan, pero el tipo lo toma con muy buena onda. Me entrega su tarjeta la cual obviamente perdí por motivos antes mencionados. Un apretón de manos y desapareció al final del callejón de piedras cerca de la playa.

De aquel escritor solo me queda una gran historia, un e-mail, una fotografía y su segundo nombre.








“Stop looking for the key, and find yourself a hole”

            Bartholomew.