No soy alguien que hace crónicas, pues
prefiero la comodidad de escribir sobre lo que me rodea, en lugar de rodear lo
que me sorprende. En fin, esta historia tiene su comienzo en un pequeño bar en
la playa Ochetel de Sihanoukville en Cambodia.
Tengo un par de amigos en ese bar debido a que
mi amiga Milena (con quien viajo al momento) ha estado en Cambodia un par de
veces antes. Skybar, es el nombre del pequeño bar. La música suena mediante un
playlist que está en la computadora del dueño, pero tras un par de cervezas
puedes pedir canciones que tendrás que buscar tú mismo porque a pesar de tener
un muy buen inglés, Yaya y Sharai, las 2 bartenders del lugar, no podrían
distinguir entre “Highway to hell” de ACDC y “Torres Gemelas” de Delfín.
El bar tiene su barra con los licores que
permanecen intactos en sus estanterías. Imagino que esa botella de Blue Saphire
debe tener al menos 2 años sin que nadie haya ordenado un martini. Colores
neutros alrededor del bar. Un par de cuadros pintados por niños del pueblo, una
cocina que podría sencillamente ser clausurada en cualquier otro país, y un
baño al que se accede a través de la misma son los escenarios en los que la
noche se desenvuelve.
Son las 6 de la tarde del domingo, y se podría
decir que es temprano para empezar a beber (o totalmente reprochable), pero con
Milena venimos matando el chuchaqui desde la mañana a punta de Jim Beam y Coca
cola. Llego al bar y me encuentro con ella y su interlocutor.
De entrada la escena se me hace familiar. Es
impresionante la cantidad de sesenteros en adelante que vienen a Cambodia en
busca de cerveza, cocaína y chicas jóvenes. Las tres bastante baratas cabe
destacar. Pero el tipo se maneja con modales, con palabras apropiadas, con
bromas inteligentes. Tiene que ser un escritor. Y un escritor no conocido,
puesto que aún posee la humildad que la fama suele devorar.
Me presento y se presenta. “I’m from Ecuador”, “Where are you from?” le
digo. “Originally from my mom, but lately from fuckin’ everywhere” responde. Yo río. Él rie. Milena rie. Todos reimos en el bar al compás de los
jarros de cerveza. Se escucha “Salud” “Cheers” “Prost” y finalmente Yaya cierra
el brindis con un bastante cambodiano “lok a mooi”.
Milena tiene hambre y su novio viene a buscarla
para ir a comer. Ya tengo mucha biela encima como para pensar en comida. Les
digo que estoy bien, y ambos se retiran en la moto de él. Llevan 3 días de
conocerse y 1 de novios. Así de fácil es el amor en sihanoukville. Así de
efímero. Así de eterno. Me quedo tomando cerveza con este personaje que cada
vez se vuelve más interesante. Por el acento se le nota que viene de estados
unidos. “I was working in
California during the 60’s and the 70’s. I saw the rise and fall of many bands
in these years son”. Ya van 6 cervezas en la cuenta de
cada uno. Empiezo a armar un porro con un papel saborizado. “Rolling for me is not an option. I just got
tired of rolling joints. I think it was 1990 when I decided I’m not rolling
shit anymore, that’s why I always carry a pipe”. Sonrío.
El tipo la tiene clara. Alternamos pitadas y proseguimos.
Vendió un negocio que tenía en Oregon y con su
pensión viaja por el mundo. Sudamérica, Centroamérica, Norteamérica, Europa,
Australia, y al momento el sud-este de Asia. Va en camino a Sri-Lanka. ¿En
busca de qué? No me lo pregunten. Vive a razón de 900 dólares por mes. Osea 30 diarios. “10 for lodging, 10 for food,
and 10 for fun” dice mientras ríe. Suena “Love me two
times” en el bar y me cuenta de como puteó a The Doors en un concierto en el
70, justo un año antes de la muerte de Jim. “A name doesn’t make a show” me
dice. Acabo de conocer a la primera persona que mando a Morrison a la verga. Me
habló de como vió a Led Zepellin por 5 dólares. De un matrimonio que duró 4 meses.
De los hijos que decidió nunca tener. Del surf en California y de como no
soporta estar en Oregon más de 1 semana seguida. Deduzco que nació allí.
Al lado derecho de nuestra mesa está una
pareja, que luego nos enteramos vienen de nueva Zelanda. Les calculamos unos 45
años a ella y 50 a él. El tipo no suelta su ipad y pasa la mayor parte de la
noche en su celular. Ella enciende un cigarrillo tras otro diciendo cortas
frases cada 10 minutos. Le comento
el asunto a mi interlocutor. “She might be in company of a man, but dude, that
girl is fuckin’ lonely right now”. Asiento con una
sonrisa. La señora aun guarda encantos de su juventud. Como diría un amigo
“está potable”. Ellos pagan la cuenta y se marchan. Ella sonríe cuando mi
interlocutor le conversa un par de palabras. Su acompañante no. Se retiran y
antes de preguntarle algo a mi amigo, él me dice “Life is what you make of it”.
Me da la respuesta antes de hacerle la pregunta. Esta vez esa frase no me suena
trillada.
El tipo cree en dios. No el católico, pero un
dios más personal. Me recuerda a una canción de Depeche Mode. Me dice que
apenas hace 1 mes descubrió a Bukowsky y que se identifica mucho con su estilo
de vida, mas no con su forma de literatura. Me recita un par de poemas. Uno
acerca de las drogas. Uno acerca del amor de una mujer. Uno acerca del dogma y
el karma al cual tituló “My dogma bit the tires of my karma” y otro que por la
borrachera que cargaba no recuerdo.
De pronto suena “Cocaine” en los parlantes del
bar. “If there is one song I can’t
stand is this one” me dice. Pregunto enseguida el por qué. “There were so many
good coke songs, much better tan this one, but you know how media works”. Decide, después de la
octava cerveza, ir al baño. Se levanta y siente el golpe del alcohol. Finalmente
puedo ver la pinta completa que carga. Sandalias de cuero, viejos y rotos
shorts de jean, camisa hawaiana abierta, prominente barriga, barba legendaria
que según me contó, la empezó a cultivar en el 64, año en el que graduó de la
secundaria. Lo veo agacharse y agarrar un viejo bastón de madera. El tipo es
una leyenda. Al regresar seguimos conversando de como han cambiado las cosas.
La frase “Back in my day” antecede a todo tema. El cliché es la norma.
Le pregunto acerca de que es lo más
sorprendente que ha vivido. Me
dice “Well, through 70 years there are plenty of weird stories, but I’ll tell
you the weirdest thing I saw here in Cambodia”. Me cuenta
como vio en Cambodia a un policía completamente uniformado y en servicio entrar
a un bar, agarrar un “bong”, pegarse 2 hits y luego regresar a dirigir el
tráfico. Me habló de como conoció y tiró con una enfermera en un concierto de
Jimi Hendrix en un hotel en las vegas. “The best fuck drug is not really cocaine” dice. “Nowdays it’s illegal
and unpopular, but back in my day we could have a couple of morphine shots, and
fuck for hours”. Si hasta ahora había una pequeña parte de
mi persona que no había sido impresionada, pues ya no lo estaba más.
Vemos al reloj. Son apenas las 11. “Well son, it’s time for me to go to bed”. Mi noche apenas empieza pero su día ya termina. “Gotta wake up for my morning swim, and I’m
pretty sure I’ll be hangover if I have 1 more beer”. Yo ya
estoy a mitad del camino y no me da miedo recorrer la otra mitad. Así han sido
los anteriores 30 días, así que no tiene sentido parar ahora. Se despide, y me
comporto como groupie pidiéndole una foto. “You have no idea how many people do that. But it’s all right”. Me siento como un irritante fan, pero el tipo lo toma con muy buena
onda. Me entrega su tarjeta la cual obviamente perdí por motivos antes
mencionados. Un apretón de manos y desapareció al final del callejón de piedras
cerca de la playa.
De aquel escritor solo me queda una gran
historia, un e-mail, una fotografía y su segundo nombre.
“Stop looking for the key, and find yourself a
hole”
Bartholomew.