lunes, 11 de octubre de 2021

El seco de chivo y la insoportable levedad del ser

Se presenta una oportunidad de cocinar para mi “ña” Alondra y su esposo Marcus, y en mí se enciende el espíritu de Gino Molinari. Le pregunto a Dennis y Sam si quieren venir. Me preguntan que qué hay. Les digo ceviche de camarón. Me dicen que para ayer. Elena confirma con tres dedos. Entendido.

Amanece el domingo, y la sorpresa del finde: no hay chuchaqui. Este cuerpo se regocija y decide premiarse con una cerveza de desayuno. El pez mordió el anzuelo y el remedio se convirtió en la enfermedad. Se viene el estallido. Bersuit. 


“Barajar y dar de nuevo

Si hay que volver a empezar

Ser lo que nos pertenece

Cambiando siempre para seguir siendo igual”


La Revuelta


Pero, detente un segundo. ¿Y el seco? Tranquilos. El seco vuelve como volverán las oscuras golondrinas. Con un poco de arroz amarillo, cortesía de un achiote heredado, y un aguacate con más heridas que historias. Un plátano maduro con la madurez del hombre inmaduro de Luis Landero. 


Llegan Marcus, Alondra y Mia. Ya se está cocinando en cerveza, a falta de chicha, costillas, hombros, lomo pegado a las vértebras, canillas y fémures. Que sin hueso no hay sabor, diría la abuela. Mi comadre aprueba el dicho, lo confirman esos labios manabas mientras besan las mejillas de Mia. 


La tarde pasa desapercibida, como ausente, como si fuese otra y no la última que nos reunimos alrededor de un ceviche y un seco, únicos testigos de ese amor tácito de los panas. Bielas van y bielas vienen. Marcus me habla sobre lo que pasa que no entendemos y que no importa porque no podemos controlarlo. Dennis me habla de lo que importa y controlamos, aunque no lo entendemos. Yo les hablo de Diego y de Koya, y me tomo un shot de "cantaclaro" al clima, porque es corto el amor y largo el olvido.


¿Cuántos personajes se habrán reunido a su última cena sin saber que era su última cena? ¿Cuántas últimas palabras sin saberlo? ¿Cuántos últimos abrazos? Cuántos últimos “nos vemos”? ¿Cuánta repetición de instantes infinitos que nunca volverán? ¿Cuánta contradicción?


Mientras Sam conversa con Elena de lo importante que es la rutina, los camarones caen en caldo de verduras. 15 segundos. 30 segundos. 45 segundos. Listo, de vuelta al agua con hielo. O sea, es muy importante, en nuestras vidas, una repetición planeada de actividades que le den orden al caos de la existencia. ¿Estamos luchando a diario contra el orden natural de la vida con el desorden de la organización? Se reduce ese caldo con las cabezas de los camarones y me da por pensar que en un universo alterno, los camarones hacen sopa de humanos, con cilantro, tomates y cebollas. Con los huesos, porque sino, no hay sabor. Mi culpa se expía y le lanzo laurel al caldo porque así se le va el “tufo”. ¿Nos lanzarán comino a nosotros?


Recuerdo que tengo un tomate de árbol en el congelador. Es de procedencia Colombiana, por ende es un tamarillo. Vino con poco acento y sin aguardiente, por lo que entiendo que es Bogotano. A la licuadora con ají plantado y cosechado por Elena, cilantro, sal, aceite, cebolla, jugo de limón y la bendición. Estamos asegurados contra el futuro.


Salen los primeros ceviche, con jugo de naranja, limón, mostaza y salsa de tomate, como buen serrano. Son devorados por todos. 2 horas en 3 minutos. La relatividad me quiere gambetear, pero la gravedad no me afecta, a fin de cuentas, nuestro reino nunca será de este mundo. Se viene el plato fuerte, la gente anda contenta, Kundera pulula el espacio.


Dennis los prueba por primera vez, me deja limpio el plato. Sam no es muy fanática del cordero, pero el ají colabora. Alondra termina antes de empezar y Marcus sonríe. Finalmente estas 7 personas y 2 perros se sincronizan gracias a sus papilas gustativas y elevado nivel de alcohol en la venas. Conectados por el cadáver de un cordero. Juntos, ceviche mediante, felices de la compañía que provee un humano tan distinto y tan igual al tiempo. Somos tan fáciles de complacer momentáneamente y tan complicados al encontrar felicidad permanente. Tan profundos en nuestras convicciones, que se derrumban a diario. 


Tal vez el secreto se encuentre al final del arcoíris. Donde venden seco de chivo.