lunes, 11 de julio de 2011

Ensayo sobre "Veinte" la novela de Rafael Lugo

Veinte
- Rafael Lugo Naranjo-
“sólo en el momento en que las personas sienten igual, las palabras significan lo mismo”

Cuando la vida nos quita el derecho de hablarle a un amigo, de abrazar a tu padre, o de besar a tu novia (o exnovia), no nos quedan más que los recuerdos. Si acaso una conversación con un allegado que no entenderá lo que es besar esos labios hechos a la medida para ti, o sentir las arrugas del viejo que son lo más parecido a terciopelo para el alma. Menos aún 2 horas de conversación de absolutamente nada y por consiguiente deducción, perfectamente de todo, con tu amigo. Con tu hermano de otra madre.

Aquí es cuando entendemos, que el recuerdo no es lo único que nos dejaron los que se largaron. Entendemos que sí podemos hacer algo por los que no están. Por los que se fueron. Y eso es hacer algo por nosotros. Dejar un testimonio de que existieron. De que aun existimos. De eso trata “Veinte”. De la muerte de la vida. De la esperanza ausente. De la alegría efímera, secuestrada por la realidad permanente.

En la introducción hable de “nosotros”, pues términos como “nos” me acercan e identifican con los que quedamos. Encontrarnos en otras personas es algo extraño y no necesariamente placentero, pues de cierta manera sentimos que no somos los raros de la vida, pero al mismo tiempo tampoco los “especiales”.

Al leer “veinte” lo primero que se me vino a la mente fue “esta historia ya me la sé”. 1er error en una serie de errores. La novela la empecé a leer desde el final (como hago con todos los libros que leo). Es decir, desde la contraportada, la cual sin miedo a ser rechazada por vulgar al utilizar términos completamente aceptables y de uso diario (todos maldecimos por lo menos 15 veces al día), te dice que será un texto en el cual te identificarás, porque el borracho, el enamorado, el que conduce a lo que dé el motor, el que escucha música “a toda puta”, ese ser mencionado, lo hemos sido todos. Todos somos una parte de Claudio, y conocemos muchos más que lo son también.

El que se haya asomado a la televisión sin ver por lo menos un par de senos falsos, que me lance la primera piedra. Y esto va también para los que no tienen ojos ni televisión, porque hasta ellos o las tocaron, o se las comentaron. Y esto es el pilar del libro. No, las tetas no por supuesto, sino la realidad. La cruda realidad que nos vende un mundo mejor, nos hace creer que las farras están llenas de mujeres esculturales, que el trago nos volverá seductores infalibles. La vida, que es la realidad, nos susurra todos los días, que la vida es solo lanzar los dados abrazados de mujeres bien proporcionadas. Lo que no te dice la vida es que primero necesitas tener los dados. Tampoco te dice que los dados tienen más de 6 lados, y que la mayoría son posibilidades que te van a doler. La vida calla. Y eso lo sabe Iñaki.

Al escribir este ensayo, con el reloj en contra cabe decir, estoy viendo el concurso anual de “Miss Ecuador 2010”. Y me siento como Iñaki. Ahora las palabras significan lo mismo. Todas las concursantes mantienen una cara sonriente desde hace 50 minutos. Se puede saber, por experiencia como cuando te tomas una foto, que la mandíbula y los pómulos les debe estar doliendo como solo ellas sabrían explicar. ¿Nos venden una imagen de niñas bonitas, siempre positivas, abiertas a todo quien se aproxime? Lo hacen, efectivamente. La imagen. Pero resulta que para mí y para Iñaki, todo eso es una mentira. El maquillaje es la máscara aceptada, y las operaciones rematan el trabajo, pues borran el pasado “imperfecto” y devuelven un ser modificado. Iñaki está cansado de eso. Pero la mayoría no, y esos son los auspiciantes del país de las maravillas.

La novela, recorre de forma cronológica los acontecimientos que antecedieron a la muerte de Claudio. O lo intenta pues los flashes del pasado, recurren permanentemente a la memoria del locutor. Y aunque es una desgarradora confesión, como lo dice el libro, el humor no queda fuera, pues no seria real el mundo de Iñaki, en el que todo se vea con pesimismo, sin el sarcasmo y el humor crudo. La consecuente risa de lo absurdo, que en este caso resulta bastante cotidiano, hace que el locutor no decida dispararse.

Es que aunque el protagonista, muestre con claridad que, como dijo Jorge Manrique “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, tiene una esperanza. La esperanza resulta ser el tan trillado amor. Y resulta irónica la respuesta, porque al acercarse al personaje, lo más recomendable para alguien que se emborracha con fantasmas, sería el olvido. Pero no es así. El amor se antepone al olvido, y aun en la novela donde la esperanza brilla por su ausencia, la justicia es repartida por los dioses de todos los días (los cuales tampoco podemos ver, pero aun así existen, y son más reales y tienen más poder que el flaco buena onda canoso y barbudo), y donde la solidaridad es una mentira disfrazada de discurso de reina de belleza, el amor, el amor sincero, el amor que da, que se entrega y que pide a cambio tan solo la salvación a través de una frase, una mirada, o un abrazo, el amor resulta ser la esperanza para quien no creía en ella. Y la esperanza es mujer. Por lo menos para Iñaki.

Antes mencioné al humor como parte fundamental del libro. Cagarse de risa, es algo muy ordinario dirían los intelectuales. Es algo vulgar dirían las señoras cuya moral, está dictada por la apariencia (porque ellas también se cagan de risa) Y talvez lo sea. Pero es también algo muy humano. Y más que humano, algo muy ecuatoriano, pues aunque la frase aluda a “defecar por acción de la expresión alegre del alma” no se acerca en significado. En partes como cuando el nieto del presidente recibe un “lírico puñetazo” de parte de Claudio, o cuando el narrador compara la expresión de la rubia de rulos por su confusión entre un tal Xavier e Iñaki, con haberle metido la taza de café hirviendo por el lugar menos apropiado, y en contravía, cabe mencionar, uno no puede hacer más que cagarse de risa. ¿Por qué? Pues porque entendemos. Porque podemos, y talvez también, porque alguna vez hemos pensado en metáforas similares. Y los más valientes (o cojudos, porque no faltan, sino que sobran), habrán intentado alguna hazaña similar.

Pero no solo existe el humor, sino que también Lugo, toca partes sensibles del lector. Juro que dos lagrimas amagaron con salirse de mis ojos, en el bus en el que estaba mientras leía la página 17 donde describe el retorno al pasado, con el ejemplo de abrazar al abuelo muerto. ¿Quién no ha querido regresar? No conozco una persona que no quiera volver a un momento determinado. Volver al beso que nos “ahuevamos” a dar. Regresar a aquel portero y bajo la lluvia poder decir las palabras que no salieron de nuestra boca, por ese nudo traidor, que aparece cuando es menos requerido, para que la mujer en cuestión (digo mujer, porque somos los hombres los que llegamos a los porteros mientras llueve, porque tenemos puntería para lo patético). Volver. El eterno retorno. Así lo aseguraba Friederich Nietzche. Así lo describía Milán Kundera. Así lo vive la humanidad. Y con esa idea vivirá Iñaki.

Para finalizar, porque el lapso del concurso está por cerrarse, y por la manía que tengo de trabajar bajo presión (o de ser vago, pues confundo a veces los términos), creo pertinente mencionar que la novela no es totalmente ficción.
Primero, porque el escritor escribe sobre lo que conoce, y eso es algo que acompañará al ser humano, hasta el último de nosotros que plasme una palabra en un papel, lo hará refiriéndose a algo que vivió, que quiere vivir, o que jamás podrá vivirlo. Porque podemos conocer lo que no conocemos. Porque somos la prueba andante de la permanente contradicción de nuestras palabras. Peor aun, de nuestras acciones.
Y segundo, porque frases de Iñaki son frases de Lugo, fácilmente reconocibles en textos de su autoría. ¿Qué quiero probar con esto? Nada. Nada y todo, porque uno escribe para si mismo, y para dejar una prueba de existencia. ¿Iñaki es un alter ego acaso? ¿Es “Veinte” una recopilación de momentos vividos, tejidos por las hábiles manos del escritor? Solo una persona lo sabe.

Culminaré con una del libro, la cual es más cierta, real y verdadera, que las teclas de mi laptop, las sonrisas de las misses, los fantasmas que nos atormentan y los pecados perdonados (también los no confesados).

“No me imaginé que en esa curva se marcaría el tiempo que me tocó en suerte para existir. A partir de ese día, hay sitios que observo, como una cafetería, una esquina con una cabina telefónica, una playa o una vereda asada por el sol; las observo y pienso si mañana terminaré allí mi vida. Sitios aparentemente inocuos sonde el mundo podría empezar a girar para el otro lado”

Porque aunque girara para el otro lado, los que tengan que morir y los que no, morirán. No hay destino ni garantía de un infierno. Allí radica mi esperanza. Solo hasta allí, se atreven mis demonios a acompañarme. Y allí, con Claudio, la esperaré.

2 comentarios:

  1. gracias Alejandro, te las arreglaste para mejorar el libro aquel.... y me encantó esa frase (puta que ganas de haberla inventado) "los hombres tenemos puntería para lo patético". Un abrazo colega R. Lugo

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  2. Hola Alejandro! Dónde encontraste el libro? Lo quiero comprar en físico. Gracias por tu ensayo!

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