miércoles, 11 de agosto de 2010

La verdadera historia de nuestro juramento

La noticia le llegó por la noche. Se encontraba descansando de un día de vagancia, cuando el teléfono sonó. No se apresuró a contestarlo, y más bien maldijo a quien estuviera llamando a esas horas, cuando solo los muertos deben estar despiertos.

Levantó el auricular y lo acercó a su rostro. Un escalofrío le recorrió la espalda. Y lo que más le dolió fue el silencio de la noche. Pero supo que eso era algo a lo que debía acostumbrarse.

No fue tristeza lo que sintió. No fue rabia. No fue desesperación. No sintió angustia tampoco. Ahora le tocaba cumplir su parte de la promesa.

Desde esa noche, dejó de contestar el teléfono. Nunca más se le vio vestir otro color que no fuera negro, incluso en los días más soleados. Cuentan que envejeció más rápido que el paso del tiempo, y que no volvió a pronunciar palabra alguna. El sombrero que llevaba le cubría las arrugas, y la tristeza. Y el bigote le dibujaba una mueca que quería gritar.

En sus últimos días se le vio recorrer la ciudad con una libreta y una botella de whisky. Finalmente terminó por visitar el cementerio. No se le había visto por ese lugar desde la mañana siguiente de la llamada. Pensó que 53 años era un tiempo prudente para volver. Más que pensar que era prudente, sabía que era tiempo de volver.


Dejó la libreta y media botella sobre la lápida

A la mañana siguiente un joven que fue a visitar a su hermana y su padre encontró el cuerpo en un hueco cavado a mano, frente a la lápida. Estaba con los ojos cerrados el cuerpo inerte que yacía en aquel lugar. Tenía la expresión de quién abraza un amor esperado.

Llamó al sepulturero quien cavó una tumba decente al lado de la otra y la lanzó al foso según las instrucciones de la libreta. Luego vació la botella de whisky sobre la primera tumba. Leyó la libreta, que tenía grabado el nombre “Benito de Jesús” en la portada y en la página final se encontró con la siguiente parte de la canción.

“Si tu mueres primero, yo te prometo, te escribiré la historia de nuestro amor”

El joven tomó la libreta, sonrió y siguió su camino. Nunca imaginó, ya de adulto, morir de risa y no de amor.

El sepulturero, que creía en supersticiones, dejó que el muchacho se llevara la libreta y con ella a los malos espíritus. A fin de cuentas, pensó, de que le van a servir tantos versos a un zapatero como el joven Julio.

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