jueves, 3 de noviembre de 2011

Lo pasado, ¿pasado?

Hoy fui a visitar al pasado. No tuve que ir muy lejos. Al parecer se ha mudado conmigo y recién me acabo de enterar. El pasado. Ya saben. Ese tipo de barba blanca que camina a tu lado, se sienta junto a ti en el bus de camino al trabajo. Ese que se acuesta contigo y te hace sonreír. Pero no te hace gozar. Ese que se acuesta contigo y te acompaña a llorar.

Me contó de viejos errores. Me habló de ti y de tu sonrisa. Me dijo que solo existimos en el ayer. Vivir de la memoria es un delicioso bocado de anestesia. Un placebo reservado para los cobardes. Un alimento diario para mí. ¿Recordar es volver a vivir? Sí. Para los que le tienen miedo a vivir. Para los que no se mueren por miedo a morir. Para los que caminamos mirando atrás.

Ese tipo me ha acompañado desde que tengo memoria (Es decir, desde los 14 años más o menos). Se niega a revelarme mi infancia. Esa etapa es como estar borracho. Todo el mundo la recuerda excepto uno. La tengo que buscar en fotos, en historias que me cuenta la gente. La tengo que buscar en videos de fiestas infantiles, en mi certificado de nacimiento. La busco en unos dibujos animados, en una torta de chocolate, en una piñata destrozada. La busco en la peor de las nostalgias. En aquella que añora lo que nunca sucedió.

Y digo que es un tipo porque una mujer no podría ser tan cruel. ¿O sí? Talvez está ahí el problema. ¡Eso es! El pasado es una mujer. Una señora gorda y sin dientes. Sabia como una abuela. Pilas como una puta. Misericordiosa como un vampiro cagado de hambre en una playa nudista.

Me acompañaba en las noches en que las cobijas y pesadillas cubrían mi cabeza. Cuando esa Golden Retriever dejó de ladrar. Cuando el abuelo dejó de respirar.

Su mano estaba en mi hombro cuando aquella niña me dejó plantado en el cine. Ahora ese recuerdo me saca una sonrisa, pues me enseñó una importante lección de vida. Cuando esa otra niña me dijo “sí”. Cuando los viejos se separaron. Cuando el mundo decidió seguir volviéndose inhabitable.

Y digo mujer porque un hombre no podría ser tan olvidadizo. ¿O sí? Talvez ahí está el problema. ¡Eso es! El pasado es hermafrodita. Y debe tener unos lentes de botella y aliento a whisky barato. Un/una loco/a que al abrir la boca para decirte lo que no quieres escuchar con ese aliento a borracho/a, ese olor a verdad fermentada, inexorablemente te aleja y te persigue.

Ahí estuvo en mis caminatas de madrugada por Quito. En un año nuevo que ya es viejo y prefiero no recordar. En las fiestas con mis amigos. En las constantes fiestas con nadie más que yo.

Con él estuve. Perdón, con ella estuve. Momento. Bueno, con ESO estuve cuando había tanto que decir. Cuando callé por prudencia. Cuando caminé a las 3 de la mañana frente a sus casas con ganas de gritar. En los almuerzos con la familia. Cuando vomité el alma en esa esquina. Cuando vomité sobre otras almas.

Y digo que tiene que ser hermafrodita, porque este último vaso de whisky me vuelve borrosa la capacidad de darle un mejor calificativo.

Y antes de salir de su hogar, que a fin de cuentas es el mío, le agradecí por el tiempo compartido. Me sonrió con una mueca esquiva y me hizo una promesa que no pude entender. Y de paso le hice una oferta que no pudo rechazar.

1 comentario:

  1. Realmente bueno en el concepto, pero tan triste en lo profundo!!! Cuando escribes con el alma se nota... y siempre debe ser así. Es tan importante y necesario tener un pasado...y tú lo tienes; mañana me hablarás de tu pasado que es hoy. Sigue adelante!!!
    Sune

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