domingo, 29 de mayo de 2011

Una caminata por Quito

Como la mayoría de mis escritos son basados en algún hecho vivido por mí mismo o por algún allegado, este no es la excepción.

Este texto no es nada más que una pequeña crónica de una camita desde el punto A (Plaza de las Américas) al punto B (Liceo Internacional). Nada extraño hasta ahora, pero cuando tomamos en cuento los factores tiempo (3am) y sobriedad (cero) la historia se vuelve más divertida.

Salía pues de una discoteca quiteña, específicamente ubicada en la República y NNUU, a las 2:30 de la madrugada. Y digo salía, por no decir me sacaron, pues no me quería ir a decir verdad. Bueno, fuimos a comer unas hamburguesas de cartón en el conocido fastfood de la M. No de la mierda, de la m mayúscula (Mc. Donald’s para los menos doctos).

Una vez atravesado el servicio al auto, me bajé para tomar un taxi, pues mis compañeros del drive through llevaban una dirección distinta a la mía. Lo que de verdad quería tomar era una botella, deseo que se cumplía en un futuro casi instantaneo.

Caminé en bajando las NNUU, con media hamburguesa en la mano y media chuma encima. Proseguí a tomar a la izquierda en la Amazonas, percatándome de que los señores taxistas dejan de trabajar a las 3 am. Al igual que los choros. Sí, la vida en Quito muere a las tres de la mañana. “Que triste ciudad” pensé.

Proseguí por la Amazonas hasta que me sorprendió la Gaspar de Villaroel con los pies adoloridos por el maratónico baile previo. Decidí no dejarme vencer por el cansancio. Cabe recalcar que a estas alturas, el viaje ya tomaba pinceladas épicas.

Subí por la Gaspar, y me encontré con el Central Técnico, tan vivo en las mañanas, de pronto tan apagado. No habían niños con tableros de dibujo, ni peinados “honguito”, o patillas peinadas con gel. No vendían mango verde con sal, ni grosellas. Extrañé por primera vez a los personajes tácitos de la ciudad. Aquellos que de tanto estar a la vista, se vuelven parte del paisaje de la urbe, y solo se nota su ausencia, en su ausencia.

Pensando huevadas, como la previamente descrita, la Shyris se iba acercando. O yo me iba acercando a ella, y como quien encuentra un tesoro en la playa, un billete en un abrigo casi olvidado, yo encontré mi dorado. Mi botella de líquido dorado, esperando por mí en el suelo. Abandonada por terribles consumidores inexpertos a su suerte. Huérfana de madre, pues solo conservaba el apellido paterno “Cuervo”. La levanté con ternura, confirmando que la mitad de su alma se la habían robado. Agradecí ser el último que usufructuaba de sus efectos alucinógeno-depresivos y proseguí la marcha para poder darle un hogar en el cual descansar.

La Gaspar me abandonó cuando viré a la izquierda por la 6 de Diciembre. Pero solo brevemente, pues la abandoné para irme por la Granados. Subiendo aquella cuesta que posee una combinación extraña de centro comercial camuflado de outlet, otro centro comercial camuflado de universidad y una serie de concesionarios dispuestos en fila, exhibiendo lo mejor de cada una, como cuando se ponen en la barra de un bar varias chicas a mostrar sus atributos físicos, sus máscaras de maquillaje, sus carnes perfectamente balanceadas. Ambas coinciden en que para llevarse el producto hay que pagar, y el dinero a desembolsar depende del modelo y la marca.

La Eloy Alfaro me esperaba, con un silencio aterrador. ¿A quien miento? Todo el trayecto fui acompañado del ipod. El mejor invento del mundo después del Jaggermeister. Me encontraba, pues, tomando la Eloy Alfaro en dirección norte, en busca de Monteserrín, cuando distinguí un palo de cerca de metro y medio con un mango forjado por un accidente de la propia tabla. Me permití pensar que no sería nada malo llevar un instrumento para la protección personal… de la botella. Lo cargué con la mano derecha, apoyando el resto de su peso en el hombro derecho. A veces me cansaba y solo lo arrastraba por el pavimento. Para quienes circulaban por la avenida previamente mencionada, mi aspecto podría haber sido comparable al primer villano de Resident Evil 4. Lo cual me producía una inmensa alegría la cual al momento tenía todo el sentido del mundo.

Los pies volvieron a anunciar que existían, a lo que una cercanía al hogar hizo que disminuyera su dolor de andar. El la Mobil de la Eloy Alfaro tomé a la derecha para introducirme en mis dominios. Calles mal alumbradas, aún no pavimentadas, pues Augusto “Bache-ra” parece que no vive aquí, sino en su linda cabeza.

Al mirar al reloj por 3 veces seguidas, confirmé que de hecho eran las 4:15 de la madrugada yel trayecto había durado más de lo esperado. La batería del ipod iba falleciendo así como mi ritmo cardíaco, pero ya faltaban solo un par de cuadras para llegar a mi hogar. Pude divisar a la distancia el edificio en el que vivo, y me sentí como el protagonista de la Odisea: cansado y orgulloso. Lo borracho era solo un plus.

La cama me recibió como Penélope recibió a Odiseo, y finalmente caí en los brazos de Morfeo. La noche se terminaba a las 4:30 de la mañana, esperando a que salga el primer rayo de sol a calentar el día o que llegue el último chumado a cerrar la noche.

sábado, 21 de mayo de 2011

La nostalgia no es de ayer…

“Siempre intentamos matar el tiempo, siendo inconcientes de que él nos acabara por matar.”

Este escrito no sale de una frase, sino de una noche, no de copas, sino de botellas como muchos otros. Dicen que los niños y los borrachos dicen la verdad. Yo soy ambos y por ende, lo que les voy a contar, es doble verdad.

Me encontraba la noche del viernes, junto a @juanchoalme discutiendo la idea de un negocio. Obviamente con cervezas. Me dijo que su prima cumplía años, pero que sería una fiesta de colegio, por lo que la noche no garantizaba nada. O garantizaba mucho. Cuatro cervezas, un vaso de malibú y una funda de papas fritas, después, nos encontrábamos llegando al lugar de los hechos.

El lugar estaba dividido entre un área de piscina, y una sala techada. Se podía usufructuar de una barra libre de zhumir y una noche estrellada.

Entramos, pues, y la primera escena que me impresionó fue la de dos muchachos jugando a golpearse (en broma) con otros tantos atrás, haciendo barras y alentando a cualquiera de las partes. Pensé “En mis tiempos, no éramos tan estúpidos” a lo que escuché a mi amigo decir “¿Te acuerdas cuando hacíamos eso?” y entendí que mi memoria es selectiva. O que se dañó en esas épocas.

Seguimos nuestro andar, percatándonos de una mejora en la calidad física de las asistentes al evento. Traducción: en nuestros tiempos, habían más feas.

Finalmente nos encontramos en la barra libre. Un par de tipos de veintitrés, y veinticuatro años en una fiesta de muchachos desde dieciséis a dieciocho años solo pueden hacer dos cosas. Aprovechar la edad para levantar algo, o aprovechar la edad para la barra libre. Optamos por la segunda. Puede que la edad ayude, pero la pinta no.

Lo curioso de esta noche, fue el reconocerme y reconocer a muchos amigos del colegio, en estos chicos de colegio. Pensaba “Ahí está la versión joven de tal, o él, podría ser cual”. Empecé a recordar los tiempos del colegio. Las farras. La joda. Los amigos. Los no tan amigos. Los adelantados a su edad. Los terriblemente atrasados (¡Atrasados dije, no retrasados!) como yo. Los que vacilaban con una chica diferente en cada fiesta. Los que no sabíamos la fórmula de hacerlo. Los que terminaban echo trapo luego de par tragos. Los que bebían como si fuera agua. Los que no bebían. Las chimeneas humanas. Los que sabían bailar. Los que su gracia al echar un par de pasos era comparable al de un orangután. Los que sabían la fórmula para saltarse el paso del baile. Los bronquistas. Los que nunca han tenido una pelea en su vida. Las que traían novios de otros colegios. Las que no conseguían uno ni en el propio. Las chicas y sus coreografías. Las que preferían quedarse sentadas. Las que no iban. Las que se quedaban hasta el final. Las que bebían más que uno. Las que vomitaban más que uno. Las que se chumaban por presión. Las que ni presionadas se chumaban. Las que tenían para decidir entre muchos. Las que no podían decidir y eran ellas las que esperaban ser escogidas. Las que bailaban con uno por ser amigo. Las que no querían ser más que amigas. Las que lloraban contándonos de sus despecho de turno. Las que hacían llorar a uno. Las que se grabaron en la memoria como un grato e inalcanzable recuerdo. Las que ya no recuerdo.

Todos estos personajes, aparecieron en esta fiesta, a la cual yo y Juancho fuimos. Ambos personajes caducados para la ocasión, cabe destacar. Pero el verse reflejado en un muchacho de esa edad, indiferente ante las muchachas, ante los amigos, ante el momento. Eso hizo que me diera un irrefrenable impulso de tomarlo de los hombros, sacudirlo y decirle “¡Huevón! Aprovecha esto que tienes ahora. Nunca en tu vida, estos momentos se repetirán. Jamás, volverás a tener la edad que tienes, ni volverás a vivir estos momentos. La vida luego, es más jodida. Más divertida, más difícil. Definitivamente distinta. Pero, nunca volverá a ser igual. Si quieres beber hasta desmayarte, hazlo. Si deseas estar con tal o cual chica, hazlo. Porque cuando tengas mi edad (la cual no es mucho, pero confieso que me sentía como padre de familia) y estés en mi posición, querrás, pero no podrás volver”.

No lo hice. Nunca he sido de actuar. Más bien soy de los que reflexionamos, y nos hacemos una historia en la cabeza con las palabras “y que tal si…” como inicio de cada oración. Un cobarde del tiempo. Un ejemplo del condicional.

Me sentí, insalvablemente viejo. Lo que yo recordaba como una fiesta de ayer, resultó ser una fiesta de hace más de cinco años. Una vida de hace más de cinco años. Un tipo atemporal. Un hombre que no es tal. Un niño que dejó de serlo y aún lo es. Un cuerpo que pide regresar. Una mente, que no quiere mirar hacia atrás. Un recuerdo nostálgico. Unas ganas de volver. Un deseo de parar.

Todo eso en una noche.

Parece que ayer fue cuando celebrábamos en el salón de aquel hotel, el fin de una época. Parece que fue ayer, cuando bailábamos con nuestras madres, y las chicas con sus viejos, un bals del que no me acuerdo. Pregunto ¿Qué chucha celebrábamos? ¿El fin de la edad en que no sabíamos que era la más descomplicada? ¿El acabose de los buenos años? La respuesta: Sí. Justamente celebrábamos eso, pues no sabíamos lo que venía. No estoy menospreciando al presente, el cual me es más benevolente que el pasado, pero sin embargo lo extraño.

Los extraño muchachos. Y a la vez, no. Sé que cada uno está labrando su camino. Sé que yo lo estoy haciendo. Que bueno sería volver a verlos a todos juntos, y que grande sería seria verlos a cada uno por su lado. Logrando sus sueños. Sabiendo que no se traicionaron en el camino. Siendo testigo de lo que no puedo ser testigo. Saber sin saber, que o lograron. No importa que. No importa como. Solo importa el saber que están por lograrlo, o que ya lo hicieron.

Extraño su joda. Su bulla al inicio de cada clase. Su terrible bulla al sonar el timbre del recreo. Su estupidez. Sus aciertos. Sus lágrimas. Su risa. Su abrazo sincero. Su sincera indiferencia. Su saludo. Sus momentos. En fin, lo que éramos. Lo que no somos. Lo que seremos.

El tiempo pasa. El tiempo pasó. Yo me doy cuenta hoy, seis años después. No sé que nos deparen los seis años siguientes. No sé si estaremos los seis años siguientes.

Pero solo quería que sepan una cosa: Cuando fuimos chicos, fuimos grandes…

miércoles, 18 de mayo de 2011

El camino

¿Cómo saber si se está por el buen camino?

Recientemente sostuve una charla “facebookiana” (si tal cosa existe) con un amigo al que no veo desde hace mucho. Uno de esos amigos que no sabes que tienes hasta que asoman con una palabra de aliento, o una botella de whisky. La charla virtual trataba de la definición que cada uno tiene del “propósito”, en mi caso, de un escrito.

En caso de que un texto mío no diga “dedicado a”, queda claro que yo escribo para mí. A veces podremos identificarnos en palabras de otra persona, y ahí es cuando un escrito se convierte en algo útil, y no solo en un conjunto de palabras sin sentido. Cuando tocamos a otra persona sin quererlo, sin importar su reacción, el texto valió la pena. Lo único que yo sostenía, es que no estaría mal lucrar de este oficio sin oficio. Si una puta puede vender su cuerpo, si un pintor puede vender su obra, si un chef puede vender su receta, ¿Por qué yo no puedo vender mis mentiras?

Él me decía que la intención al escribir un texto no es venderlo, sino la satisfacción de expresar mis ideas. Hasta ahora, solo me suena a libro de autoayuda. Pero hay algo cierto en sus palabras, y es que el propósito en un inicio no es sacarle dinero, sino ahorrarme el psicólogo.

Pero nadie come de autosatisfacción. Lastimosamente, en esta vida, la prostitución (no la las chicas de sonrisa fácil) es algo obligatorio para todos. Todos nos vendemos a diario. El Papa con su “bondad” se vende a los católicos y ellos pagan en contribuciones a la iglesia. El presidente con su discurso, se vende al país, y nosotros (giles) pagamos con votos. La madre con su amor, se vende a sus hijos, y ellos pagan con abrazos. Pero la gran mayoría, se vende al resto con talento, y los beneficiados le pagan con dinero. Seamos sinceros. Todos somos putas de la vida. Y aquellos que dicen no serlo, son los que más caro cobran.

Ahora bien, ¿Qué tiene que ver eso con saber si se está bien encaminado? Todo.

Actualmente el éxito de una persona se mide en dinero. Fácil y sencillo. Si tienes carros, casas, empresas, eres exitoso. Si no, solo un pobre diablo. Así es el mundo. Así lo hicimos nosotros. Bueno, no nosotros, pero seguro los giles de nuestros tatarabuelos.

Ahora, el otro lado de la moneda. El éxito, para unos pocos, es el vivir en paz con uno mismo, el no traicionarse en el camino, el hacer feliz a otra persona mientras ella (o él, no discriminamos a nadie en este blog) es recíproca en sus sentimientos hacia ti. Si logras tener una familia unida, amorosa, responsable y respetuosa, eres exitoso. Si tienes amigos invaluables, que están en las buenas y las malas, eres exitoso.

La cuestión se define en hacerlo por vocación o hacerlo por dinero. Yo digo ¿Es mucho pedir ambas? Y ahí reside el “ir por buen camino”. Hacer que coincidan ambas. No tirarnos (bueno, lanzarnos) a hippies y morirnos de hambre, ni a “workaholics” y estar vacíos por dentro.

“Caminante no hay camino, se hace el camino al andar”. Todos hemos escuchado esa frase. La cantamos junto a Serrat en alguna reunión que ya olvidamos. Nunca le dimos el crédito a Antonio Machado, quien es el verdadero autor del poema, que luego fue canción. Canción que, a este ritmo, seguramente será “remixeada” por David Guetta o Dj Rakataka (radio más candela). Y es muy cierta. Cada uno construye su vida, transita su camino, o mata su chancho. No existe un destino para cada uno, no hay una misión que venimos a cumplir. La vida es una hoja en blanco y tu verás si haces algo de origami con ella, dibujas algo bello en ella, haces una bola y juegas fútbol, prendes una fogata o te limpias el trasero con ella.

No hay destino. Tanta fé le tengo a esa frase que me la tatué. Y puedo asegurar también que no hay camino.

Así que mi querido amigo, no sé si estoy por el buen camino, porque no hay un camino delante de nosotros. Y si le añadimos el que no hay destino hace más emocionante la única certeza de la vida: estamos y estaremos perdidos. Lo único que importa es disfrutar del viaje. Porque si es que hay algo que te puedo asegurar, es que cuando el tiempo se nos agote y miremos para atrás, será la única vez que podremos ver el camino, y saber si el que decidimos es igual al que quisimos.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Sobre el Suicidio

Sí. He pensado acerca de suicidio.

Seguramente los 3 desocupados que lean este blog dirán “¿Has pensado en suicidarte?”. No. Por un narcisismo leve, el cual es aún sano, aún no pienso cometer tal acto en contra de mi persona. Talvez cuando sea más feo, la historia cambie.

“¡Es pecado!” Dicen los católicos. Se sostiene que los suicidas no heredarán el reino de los cielos. Supongo que cambiar el rumbo que tenía previsto “el señor” no le debe hacer muy feliz al clero. El hecho de que dejes de aportar diezmos a la iglesia no debe ser beneficioso para nada.

“¡Es delito!” Dicen algunas jurisdicciones. Sí, en algunos países, el intento de suicidio es un delito. Obviamente, nadie va a meter preso a un cadáver, pero si el intento fue fallido, la pena de encarcelación en un manicomio es totalmente factible. Es extraño que el estado te impida disponer de algo que de verdad es tuyo. Además que dejar de pagar impuestos no le debe sentar muy bien.

Si nadie me preguntó si quería nacer, ¿Por qué debería pedir permiso a alguien para morir?

La razón principal para cometer tal acto resulta de carácter psicológico. Es decir que la persona no pudo más con los problemas que tenía, así que la solución fácil resultó ser el pegarse un tiro entre las cejas, lanzarse de un edificio o, el ya anticuado, ahorcamiento. Por lo general aquellos que se marchan antes de tiempo por voluntad propia (como un invitado prudente en casa ajena) sufren de una profunda depresión. Nadi se mata porque le pareció “cague”.

No. No creo que cortarse las venas sea un intento de suicidio, pues aquellos que lo hacen, solo quieren llamar la atención, no realmente hacerse daño. Kurt Cobain, por ejemplo, sí quería hacerse daño.

Puede que sea un tema oscuro, pero no todo en la vida son pajaritos multicolores y paisajes de vitrina de entredulces. De hecho, son en mayoría las cosas no tan felices, que las realmente nos dan felicidad. Y si duda de lo que le digo, solo vea las noticias, y cuente cuantas son negativas, versus las que son positivas. Sí, el fútbol cuenta como buena noticia a menos que pierda la Liga. Y en su contraposición, las noticias de farándula son negativas, a menos que aparezca un show de lencería.

No agasajo los temas oscuros, pero debemos tenerlos siempre en cuenta. No aliento a que quien no desee estar en este mundo se coma un sánduche de diablillos o realice caida libre sin paracaídas. Sin oscuridad toda la vida sería una risa, y no podría soportar eso. Irónicamente, en estos tiempos, la vida es un llanto constante. Y tampoco lo soporto.