lunes, 19 de septiembre de 2011

El Chulla Quiteño (la canción) explicada al siglo XXI

Alfredo Carpio Flores

¿Qué les dice ese nombre? Talvez a los más entrados en años les pueda traer un recuerdo.

A mi no me decía nada, hasta hace poco. Resulta que el caballero en cuestión es el autor de la canción más cantada del Ecuador. Sí, más que el Himno Nacional porque esta incluso (y a veces con más fuerza) se la canta estando borracho. Y todos sabemos que ese es el estado natural del quiteño que se respeta.

“El Chulla Quiteño” es un pasacalle bastante alegre que se enseña desde la escuela, se recuerda desde la niñez, se atesora desde la adultez y se canta desde la ebriedad. No pude encontrar la fecha exacta de la composición de esta canción, pero estimo debe haber sido finales del siglo XIX o inicios del XX.

Me enfoco en la época aproximada para hacer un pequeño análisis entre lo que ha cambiado del entonces Quito colonial con su chulla quiteño, y la sarta de baches en la que vivimos y el quiteño silvestre de ahora.

“Yo soy el chullita quiteño

La vida me paso encantado,

Para mi todo es un sueño,

Bajo este, mi cielo amado.”

Empezamos bien en la estrofa, pues seguimos siendo chullas. Conversadores, iconoclastas, sapos, ingeniosos y antihéroes por excelencia. Lo de que para nosotros todo es un sueño, sigue siendo así. Un sueño, y no en el sentido romántico, sino en el sentido de metas inalcanzables. Y lo del cielo amado, según las fotos de Jorge Anhalzer, no sé de donde lo sacaron.

“Las lindas chiquillas quiteñas

Son dueñas de mi corazón,

No hay mujeres en el mundo

Como las de mi canción.”

Las chiquillas quiteñas han ido cada vez siendo más lindas. Debemos agradecer ese cambio estético a la mágia de las cirugías en parte. Y la mayoría de quiteños, tienen endosado el corazón a una de sus coterráneas. Y eso de que no haya mujeres en el mundo, como las de su canción es discutible.

“La Loma Grande y La Guaragua

Son todos barrios tan queridos

De mi gran ciudad,

El Panecillo, La Plaza Grande

Ponen el sello inconfundible de su Majestad”

La Guaragua, y mientras alguien no me de un tour por ese barrio, es solo un grito alcohólico del 1 al 6 de diciembre por la plaza de toros. El Panecillo (ese sí existe) se lo puede ver desde todos los rincones de la carita abollada de dios. La plaza grande dejó de ser grande, y se volvió la clase de los predicadores bulliciosos, los abuelos sin hogar, las prostitutas de la zona (osea las que trabajan en Carondelet) y las putas respetables.

“Chulla quiteño,

Tú eres el dueño

De este precioso

Patrimonio nacional

Chulla Quiteño

Tú constituyes

También la joya

De este Quito Colonial.”

Y de esa última estrofa no voy a decir nada. No me gusta comentar las mentiras.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Eres lo que escondes

Para conocer a la gente, generalmente se lee su biografía. Pero ¿estamos realmente leyendo quien fue? No lo creo. Lo que hiciste no refleja lo que fuiste. Tan solo suele ser una consecuencia, y no proporcional, a lo que quisiste ser. Creo que me estoy enredando un poco aquí. Déjenme explicarme.

¿Qué es lo que nos lleva conocer a alguien? ¿Cuál es esa pequeña voz que nos dice “Sí, yo lo/la conozco bien”? ¿La de una biografía? ¿La de un reportaje? Les apuesto una botella de Johnnie Walker (rojo, porque no me alcanza para el negro) a que lo que encontrarán en todo ese tipo de publicaciones e historias es una fachaleta que cubre la mierda de la que están hechas las personas. Unas más, otras menos.

Es curioso el ser humano. Nadie, jamás, en ninguna entrevista hablará de sus falencias, sus derrotas, su porquería en general. Todos nos queremos vender como la mejor versión de nosotros mismos, pero escondiendo que somos lo peor que podemos ser la mayoría del tiempo.

Misses hablando de su amor por los niños con hambre, presidentes, asambleístas, rasgándose la vestimenta al tiempo que hablan de que cambiarán al país para bien, o morirán en el intento (si cumplieran con la clausula, la asamblea y Carondelet sería una casa de fantasmas). Curas predicando la palabra del “señor” mientras un monaguillo bajo el pulpito les da todo el placer que con “fé” se negaron a tener. Deportistas, que se jactan de su buen rendimiento, pero que su adicción a tal o cual droga solo se ve reflejada en las entrevistas con un “formato estándar de respuesta”. Periodistas incapaces de cambiar el “formato estándar de pregunta”. Políticos en general, “padres de la patria”, que bien merecido tienen el nombre, pues la patria ahora es la puta sin proxeneta con la que todos se acostaron y nadie pagó.

Nadie revelará jamás su lado oscuro (y digo lado oscuro para darles crédito de que tienen uno bueno). No es bueno para el negocio. La gente necesita creer que la vida es buena, bondadosa, llena de oportunidades para el correcto, y eso es precisamente el peso que debe soportar la ilusión. Una ilusión sostenida por la corrupción en todos su ámbitos. Una ilusión sostenida por el dinero, la apariencia, y los espejos de la vida.

Si no se hubiera descubierto el escándalo del notario Cabrera, ¿qué habría dicho su biografía? Partiendo de esa premisa, me pregunto ¿cuantas historias de asco hay detrás de cada persona? Insisto, unas más otras menos. Seamos sinceros. ¿Quien en su no tan sano juicio quisiera conocernos, o peor aun amarnos si de buenas a primeras nos mostráramos como somos? (Inserte la palabra que pensó, es decir la palabra “NADIE” con su propio tono de voz, aquí).

Pero no me permitan juzgarlos, sin antes juzgarme. Lo hago a diario. Un ejercicio no tan saludable de recordarme lo poco útil que he sido “a la sociedad”, lo malo que puedo llegar a ser cuando quiero, lo vago que soy así no quiera y el poco ejemplo que puedo darle al público en general. No vine a juzgar, solo a escribir lo que veo.

Si en algún momento en un futuro muy lejano, leen una biografía mía, no se dejen engañar por lo que algún estafador les dirá de mí. No crean lo que digan esas hojas aunque sea una autobiografía, pues solo les mentiré.

Y bueno, si decimos que se enseña por el ejemplo, dejemos a un lado todos los arcoiris que recubren cada una de las personalidades que habitan este grano de arena que algún tarado le dio por llamarlo “Planeta Tierra”, y desnudémonos.¡Esperen! No se quiten la ropa. En especial tú, el de la prominente barriga. Ustedes señoritas, pueden proseguir si gustan.

¿Quién soy en realidad?

Nadie.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Por un polvo…

¿Quién no ha hecho todo por un polvo? Y no digo, por amor, porque en ese campo hay mucha demanda y muy poca oferta. Digo por un polvo. Llámenle canita al aire, tire, cobrar, un palo, remojar el bizcocho, etc. Yo le digo polvo porque suena “menos peor”.

Creo yo que por lo menos el cien por ciento de los hombres. Sí los gays también son hombres, así que el cien por ciento de los hombres y punto. ¿Qué me da esa seguridad? Talvez todas las historias escuchadas a lo largo de mis precoces 23 años (el próximo mes 24 así que espero un regalo como los que mandaba a Estefani Espín su stalker). Todos se han gastado medio, sino todo su sueldo en los mecanismos de seducción, llámese regalitos, chocolates, escopolamina o lo que les funcione a ustedes. Y hablo de los hombres, porque para las mujeres es mucho más sencillo. Con tal de decir “vamos a mi departamento”, tendrán a 10 babosos que no chistarán en decir sí, asintiendo con la cabeza. Con ambas.

Un hombre lo hace por dos razones. La primera es por el placer de añadir una historia más a su repertorio. La segunda por el placer que representa el polvo en sí. De hecho, es más un reto personal que un placer de media hora (introduzca su duración aquí).

Entonces se lleva a cabo todo el proceso que todos conocemos, hemos practicado, y muchas veces fallado. Si se ponen a pensar, el esfuerzo puesto versus el beneficio suele ser muy alto. Talvez demasiado.

Entonces todo lo invertido, el esfuerzo, los recursos se vuelven solo un proyecto. Sí. Todo se lo hace por una promesa de un polvo. Promesa que debe ser intuida, puesto que jamás serán tan amables de decirnos con cierta seguridad el “sí” o el “no”. De hecho, muchos hemos pasado meses, e incluso años en la empresa de de volver a la promesa, un “misión cumplida”.

Desde que somos chicos, pasando por los adultos hasta los viejos. ¿Quién no se ha quedado en la puerta de una mujer esperando la invitación al edén, pero recibiendo solo un beso en la mejilla? Y digo mujer, porque somos los hombres los que esperamos en los portones, pues tenemos puntería para lo patético. Todo por una promesa de polvo. Puedo incluso imaginar, con aire siniestro, lo que piensa la mujer de turno. Y sí, es lo mismo que ustedes han pensado. “Está loco si cree que lo voy a dejar entrar. Talvez en un futuro”. Y en ese talvez es que nos esperanzamos, y trazamos los planes. Ese talvez guarda todas las esperanzas que terminarán con el primer orgasmo. El del hombre claro está.

Y un talvez de mujer vale lo mismo que una promesa de político, un repechaje contra el Barcelona de España o un brindis con licor adulterado.

Eso, mis queridos amigos, es la realidad.