martes, 20 de marzo de 2012

Una de esas

Luego de asistir a un partido de fútbol con buenos jugadores, pero mejores amigos donde la lluvia perdonó la primera mitad del juego, pero cayó inmisericordemente en una mentira de verde gramado llamado también césped sintético, me encuentro nuevamente mojado pero con una ducha de agua caliente que se siente mejor que de costumbre.

El cuerpo va recuperando la temperatura normal, pero algo sigue sin sentirse del todo bien. Una incomodidad que no me deja pensar claramente. ¿Una lesión? No. Al parecer más allá del cansancio, mi cuerpo se encuentra bastante bien. Me quedo incómodo por la falta de respuestas, como usualmente me sucede, y cierro la llave.

Seco y dentro de una camiseta que ha servido para alimentar una familia de polillas me acomodo en el lugar predilecto de siempre. La luz que ilumina la habitación es reemplazada por una menos fuerte sobre un velador que parece el mostrador de un bazar. Distingo una botella de agua, un desodorante, llaves del auto, 2 revistas, 3 libros, un par de gafas, una bola de boliche, unos parlantes, 2 chupetes, algunos centavos, un portarretratos vacío, media botella de whisky y me canso de contar. Es lo mismo que había ayer. Es lo mismo que hay hace 3 meses. Es lo que hay.

Intentando engañar al cerebro de la molestia que no logro definir, cargo una película en la computadora. Toda una ciudad duerme pues la rutina demanda que el mundo funcione principalmente desde las 7 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Toda una ciudad duerme excepto los responsables guardias, las putas pobres y los escritores de pacotilla. El cerebro no se deja engañar. Quiere entender que sucede consigo mismo, y al no poder hacerlo se mando un auto shut down.

El frío de la madrugada me despierta con una brillante pantalla que me da los créditos de la película. Descalzo avanzo hasta la cocina y una botella de coca-cola me recibe con los brazos abiertos. Aquel hombre que diga que no bebe directamente de la botella, miente. Bueno, pues me serví un vaso de cola y mentí. La cama me recibe de la peor forma posible. Vacía y caliente.

Apago la luz del velador, e intento buscar los audífonos que se han escondido entre las mil y una cosas que pueblan mi mesa de noche últimamente. Los encuentro, y dentro de mi empresa de búsqueda voy botando al suelo una serie de objetos que reconoceré el día de mañana seguramente con las plantas de los pies. Espero que no hayan sido mis lentes o las llaves por obvias razones.

La oscuridad del cuarto es casi absoluta. Únicamente es interrumpida por una pequeña luz roja que me indica que el switch para prender la luz se encuentra donde siempre está. Doy la vuelta a la almohada, la cual me muestra su lado celestial, su lado frío. El iphone me ofrece una lista de canciones perfectas para joderme la vida, mas no para poder dormir. “El shuffle es sabio” pienso, y lo pongo a trabajar. Hoy no es su noche tampoco, y me decido a colocar las últimas canciones que he descargado del internet.

Suenan unas cuerdas de guitarra, seguidas de algo similar a un xilófono. Luego la percusión entra en escena mientras el cerebro en vez de adormecerse, se interesa en una melodía oída algunas veces en el pasado inmediato, pero jamás escuchada a profundidad. Una voz adormecida acompaña a los instrumentos previamente descritos, cuyo inglés británico me esconde un par de palabras de cada estrofa. Me encuentro con el primer coro, y la previa voz casi imperceptible se transforma en un grito que retumba dentro de la cabeza. Un grito pronunciado previamente por mí, en otro idioma, en otro lugar. Ya ha dejado de importar el entenderlo o no, porque eso que quiso decir, lo que quiera que haya sido, ahora se vuelve un grito de guerra propio. Entra una voz femenina, dulce y recriminatoria. No es necesario entender la letra. La forma de hablar de ellos me dice todo. Hay fuego en cada palabra. Hay una pesada acusación. Hay mucho dolor. Hay nostalgia de la mala. De la fea. De la única que existe.

Vuelvo a poner play y entiendo más palabras. Espero con ansias el coro y me doy cuenta que he encontrado otra de esas canciones que se vuelven imprescindibles hasta que se vuelven insoportables.

Repeat. Repeat. Repeat...

Asimilo que tampoco podré dormir este lunes. Esta canción/diálogo entre ambos cantantes no permite cicatrizar aquella molestia que no entiendo. Esta canción/diálogo entre ambos, yo y su fantasma, me está pegando donde es imposible defenderse. Decido volverla mi himno por los escasos 4 minutos que dura.

Hay canciones que entretienen. Hay unas muy malas y otras peores. Hay unas que duelen y unas que matan. Pero si tienen suerte a veces, y solo a veces, se encontrarán con esas que fueron escritas para ustedes. Hoy, a las tres de la madrugada con nueve minutos del martes veinte de abril del 2012, encontré una de esas.


“But I don't wanna live that way, reading into every word you say
You said that you could let it go
And I wouldn't catch you hung up on somebody that you used to 
know”

Somebody that I used to know – Gotye


2 comentarios:

  1. Faltó el link al cover ;)
    Es verdad, esas canciones que son imprescindibles hasta que después son insoportables de tanto que le dimos repeat.
    Te gusta la parte que más me gusta de esa canción, pero debe ser sobretodo la voz de Sarah en el "don't wanna live that way, reading into every word you say"

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  2. Una cancion que muchos pueden y la adoptan como himno, mientras que otros esperamos "pacientemente" poder hacerlo!!!! Tema digno de integrar en el playlist de las mas sentidas....

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